RAMON FRANCÀS – Barcelona
El progresivo adelantamiento de las vendimias, la obtención en las zonas más calurosas de uvas descompensadas por una maduración y un grado alcohólico excesivos, la falta de complejidad aromática, un mayor riesgo de proliferación de nuevas enfermedades en las viñas o una menor acidez de las uvas – especialmente preocupante para la elaboración del champán o el cava-son algunas de las anunciadas consecuencias que se ciernen sobre el vino si no cesa el incremento de las temperaturas en los próximos años. Se calcula que en el próximo medio siglo la temperatura continuará subiendo, un promedio de 2,04 º C en las regiones vitivinícolas, y que los cambios serán más drásticos en el sur de Portugal y España (2,85 º C) y menores en Sudáfrica (0,88 º C).
En los últimos veinte años se ha adelantado hasta diez días el inicio de la vendimia en no pocas bodegas del corazón vitivinícola de Catalunya, el Penedès. Desde la bodega Martí Serdà, de Santa Fe del Penedès, confirman que “cada año se adelanta y se acorta más la vendimia”.
El calentamiento global está desplazando hacia el norte, hacia el Pirineo, la plantación de no pocos viñedos. Hoy se obtienen uvas, con resultados francamente positivos en zonas donde hasta hace bien poco no había ni una sola vid, como un antiguo campo militar (Talarn) adquirido por Bodegas Torres que ha acabado siendo amparado por la DO Costers del Segre. Este viñedo, emplazado en Sant Miquel de Tremp, ocupa 132 hectáreas a los pies del Pirineo, a una altura de 850 metros sobre el nivel del mar, donde se han plantado variedades como merlot, chardonnay, riesling, pinot noir o viognier, aunque aún no han comercializado ningún vino.
En Torres, donde llevan 20 años analizando las maduraciones de la uva, han querido estudiar especialmente los efectos del cambio climático con un viñedo plantado con una variedad de uva tinta, la tempranillo, con diversos sistemas de conducción. Este viñedo experimental, de poco más de una hectárea, ha sido plantado en Sant Martí Sarroca (Alt Penedès) y servirá para estudiar soluciones para alargar la vendimia con garantías. El presidente de esta compañía, Miguel A. Torres, cree que en los próximos 40 años se irán adaptando los viñedos “jugando con las zonas más frías y más altas, apostando por variedades de uva de climas más cálidos o aplicando soluciones prácticas, como disminuir la densidad de plantación de los viñedos o hacer que las vides tengan una menor superficie foliar expuesta al sol, mientras que el riego será indispensable”.
En Tremp destaca el proyecto de Castell d´Encus, del prestigioso enólogo Raül Bobet, de Joaquim Molins y de Joaquín Pascuas, que ha empezado a comercializar con gran éxito vinos blancos y tintos de altura. Bobet reclama “no simplificar la solución al cambio climático al hecho de elevar las viñas de altitud” y recuerda los problemas de falta de maduración de las uvas a causa del frío y la lluvia de las altas cotas. Bobet receta “tiempo, paciencia y humildad ante la naturaleza”. Este proyecto único cuenta con unos destacados lagares de fermentación esculpidos en la piedra, que son el fruto de la estancia de los monjes hospitalarios.
Incluso ya hay viña en Andorra, como la de Nagol (Sant Julià de Lòria) a 1.050 metros, de la que la bodega Casa Beal-Vinyes d´Alta Muntanya elabora un blanco con la variedad gewürztraminer (El Cim del Cel). Joan Visa, el propietario de Casa Beal, dice que “queremos hacer historia, aunque sabemos que es complicado, pero esperamos que en unos años se hable de los vinos de estas tierras y sean reconocidos por su calidad y su personalidad”.
La viña también ha regresado a la Cerdanya. Torre del Veguer, de Sant Pere de Ribes (DO Penedès), se ha lanzado a la aventura de crear una viña experimental en Bolvir de Cerdanya, donde han plantado la variedad de uva tinta pinot noir y la blanca müller thurgau. Este es el primer año que vendimian, en un proyecto que “busca dar respuesta al cambio climático y devolver la viña a la Cerdanya”, según la directora técnica y copropietaria de Torre del Veguer, Marta Estany.
No menos interesantes son los vinos Cap Negre, que elabora el presidente de los enólogos catalanes, Josep Anton Llaquet, al otro lado de los Pirineos, en Felluns, en unos viñedos situados a 600 metros de altitud. Mientras, las bodegas Castell de Perelada, del Empordà, y Mas Martinet, del Priorat, han participado en el programa Life Priorat, subvencionado por la UE para desarrollar y evaluar un sistema sostenible de viticultura de montaña que reduzca al máximo el impacto en el paisaje, el suelo y los cursos de agua sin renunciar a obtener uvas que permitan elaborar vinos de calidad excepcional.
No todo el mundo, como el director general del Institut Català de la Vinya i el Vi de la Generalitat, Oriol Guevara, ve con buenos ojos la proliferación de viñedos en el Pirineo. Afirma que “es un tema muy delicado” y añade que “las plantaciones en los Pirineos no son necesariamente la solución al cambio climático”. Recuerda que “las vides son plantas con mecanismos capaces de adaptarse a los cambios de temperatura”. Paralelamente a la plantación de viñedos donde nunca se habían cultivado, gana enteros la recuperación de ancestrales variedades de uvas autóctonas. La lista de variedades recuperadas es ya más que notable: trobat, garró, escanyavelles, Marina Rión, Belat, variedad número 4 de Querol, trepat blanc, sumoll blanc, colló de gat, esperó de gall, massacamps, mandó, garroficio (troballa casual), carinyena blanca, parrella, picapoll negre, rojal, moscatell negre, moscatell vermell, xarel · lo vermell, moll, morenillo, giró, ribot…