ELS FETS:
Més de la meitat dels avis/àvies que vivien a la Residència Fiella de Tremp han perdut la vida en molt poc temps. La COVID els ha matat. Avui dos, ahir tres… i així cada dia.
Dimarts, 22 desembre: Fiscalia ordena investigar la gestió de la residència de Tremp per un possible delicte d’homicidi imprudent. Demana als Mossos que comprovin si també s’ha comès un delicte contra la seguretat del treball . elpuntavui.cat
LA INFORMACIÓ
Un silenci ensordidor ha envoltat aquest degoteig de morts diàries. “La Fundació Fiella ho ha fet bé” han dit un dels responsables de la propietat. “L’administració ho ha fet bé” ha dit la consellera de Salut. Tots ho han fet bé. Cap explicació. Els familiars dels residents callen, els treballadors callen, els polítics callen. Foscor informativa absoluta.
LES OPINIONS.
Esperant que s’aclareixi el que ha passat, NdT inicia un recull d’opinions sobre el tema. (publicades en mitjans o rebudes a la nostra redacció noticiesdelaterreta@gmail.com)
CARTA A L’ALCALDESA DE TREMP: “MASSA MORTS, MASSA SILENCI”.
Els dols individuals, en un poble, es transformen en comunitaris perquè qui més qui menys es coneix
Benvolguda alcaldessa, soc de Taradell, que si fa o no fa té els mateixos habitants que Tremp i, tot i així, no m’acabo d’imaginar l’impacte que significa per a un poble que, de cop, morin 59 persones en una residència geriàtrica. Però com que és al Pirineu i són gent gran, mirem cap a una altra banda i fem com si no hagués passat.
Un grup de metges feia públic aquesta setmana un comunicat per alertar de la situació crítica que travessem. Per entendre la magnitud de les xifres de morts que provoca el covid-19, a Espanya deien que és com si cada dia s’estavellés un Boeing 747 i no hi hagués ni un supervivent. Intentem fer el mateix exercici amb el que ha passat a la residència geriàtrica Jaume Fiella. Sumant les víctimes dels trenta atemptats d’ETA a Catalunya, hi van morir 56 persones. A Tremp, 59 en un sol edifici. Un país com Islàndia, on viuen 360.000 persones, ha registrat un total de 28 defuncions durant la pandèmia. A Tremp, més del doble que a Islàndia. I en un sol mes.
Abans del coronavirus, a Tremp –com a Taradell– solia morir una persona cada setmana. A vegades, dues. Els dols individuals, en un poble, es transformen en comunitaris, perquè qui més qui menys es coneix i els morts acaben sent una mica de tots. Cinquanta-nou defuncions per un brot de covid-19 en una residència és una pèrdua per a les famílies, però també per a la memòria col·lectiva de la capital del Pallars Jussà. Se’n va d’una revolada una generació que va néixer amb la guerra i que ha mort al llit d’una residència o en alguns casos –pocs– en el d’un hospital.
Tremp és al Pirineu, lluny dels centres de decisió política i de la majoria de radars periodístics. Si això hagués passat a Barcelona, aquests dies no hauríem parlat de res més. La consellera de Salut no hauria esperat que hi hagués 55 morts per desplaçar-s’hi. És que ni l’oposició n’ha fet sang. Sembla com si el Pirineu i la gent gran no servissin ni com a munició política. “I si fossin nens els morts?”, es preguntava l’altre dia Neus Tomàs a Eldiario.es. Un escàndol hauria sigut. Amb nens o amb adults, tant és. Amb gent gran, no. Perquè ja els hem tret la condició de persones, començant per la manera com ens hi referim. Deixen de ser homes o dones i parlem d’avis i àvies, padrins i padrines, com si ja només tinguessin dret a existir per a uns hipotètics nets que potser no han tingut mai. O sí. Però no els pot definir un càrrec familiar, sinó una condició humana. La mateixa que els neguem.
P.D. És que són molts morts, i en molt poc temps, i en un únic edifici. El patronat de la residència que gestiona el bisbat d’Urgell diu que ho han fet tot bé. La Generalitat, també. A Barcelona la pressió per assumir responsabilitats hauria sigut irresistible. Esperem que a Tremp no s’imposi el silenci i es pugui aclarir i explicar què ha passat.
El hijo de Evaristo se encontró a su padre muerto, tapado con tres mantas. Los ojos y la boca estaban abiertos. Los puños, apretados. Era de madrugada y acababa de entrar en la residencia de Tremp. “Los pasillos estaban oscuros, había solo una cuidadora para toda la planta”, recuerda por teléfono. “Aquello parecía una película de terror”. 24 horas antes le habían comunicado el positivo por coronavirus de su padre, pero le habían asegurado que se encontraba bien y estaba fuera de peligro.
En pocas semanas, la residencia de la Fundación Fiella-Sant Hospital de Tremp, un municipio de menos de 6.000 habitantes en la comarca del Pallars Jussà (Lleida), se convirtió en un agujero negro donde han fallecido más de medio centenar de personas. Al momento de escribir este artículo son ya 60 las víctimas del geriátrico tras un brote que ha dejado a este pequeño municipio y a toda la comarca en estado de shock. El pueblo ha perdido en pocos días al 1% de su población. En la zona, todos conocían a alguien que estaba en esa residencia.
Los familiares piden explicaciones. Nadie les ofrece respuestas y asisten al cruce de reproches entre la Generalitat, que intervino el centro a finales de noviembre, y la fundación eclesiástica que gestionaba la residencia hasta entonces. La Fiscalía ha abierto una investigación para conocer lo que ocurrió en este geriátrico en el que, hasta hace poco, se había cuidado muy bien a los ancianos.
¿Qué falló para que murieran el 40% de los 143 residentes en apenas cuatro semanas? Esta es la reconstrucción de lo que ocurrió después de hablar con trabajadores del centro, familiares de fallecidos, vecinos del pueblo y voluntarios que estuvieron dentro de la residencia durante los días más complicados. elDiario.es también ha podido leer y escuchar buena parte de las comunicaciones que se enviaron desde el geriátrico a los familiares y que ilustran hasta qué punto la situación se descontroló durante la última semana de noviembre.
“Estamos desarmados ante una enfermedad de muy fácil transmisión”, trasladó el 28 de noviembre un médico del Centro de Atención Primaria de Tremp tras pasar visita en el geriátrico. “Lo que he visto en las últimas 48 horas no creo que lo vuelva a ver nunca más como médico”.
Un brote que no se controló a tiempo
Jueves 19 de noviembre. El ambulatorio de Tremp alerta del positivo de un trabajador del centro. Al día siguiente, tras hacer un cribado a todos los miembros de la residencia, se constata que la enfermedad se ha extendido por el geriátrico: hay 49 contagiados, la mayoría ancianos.
A pesar de la gravedad del brote, la Fundación Fiella -que ha rechazado hacer comentarios para este reportaje- desoye los protocolos de Salut y no desinfecta inmediatamente los espacios comunes del geriátrico, según confirman dos trabajadores de la residencia. “Se optó por aislar y sectorizar a los residentes contagiados, pero no vino nadie a desinfectar”, confirma una empleada. El domingo 22 la fundación envía un comunicado “tranquilizador” a las familias en el que asegura que la mayoría de los contagiados son asintomáticos.
El lunes 23 de noviembre ya son 57 los contagiados: 49 residentes y 8 trabajadores. Según los técnicos del Departament de Salut que entran a la residencia, la sectorización de los contagiados “no es correcta” ni se aplican los “protocolos covid” para los residuos y la comida. Los trabajadores tampoco saben cómo usar debidamente los equipos de protección individual, según asegura la delegada de Salut en Lleida, Divina Farreny.
¿Por qué Salut no toma medidas en ese momento e interviene el geriátrico? Según asegura el propio Departament, desde que se detecta el primer positivo la residencia está “intervenida” y se hace un “acompañamiento” para “supervisar y hacer el seguimiento” de que se toman las medidas adecuadas . “Se dio un margen al centro para ver si podían asumir estas medidas con sus profesionales”, precisa una fuente oficial. “Cuando vemos que no, se aplica la intervención más intensa”.
En todo caso, ni el Departament ni el propio centro desinfectan la residencia esa semana. Según El Periódico, esos días la dirección del geriátrico tantea tanto a los Bombers de la Generalitat como a la Academia Militar de Talarn (Lleida) para ver si pueden entrar al centro a desinfectar. Los militares responden que ningún problema, pero que deben solicitarlo a la subdelegación del Gobierno. Nadie les vuelve a decir nada. Pasarán 10 días desde el inicio del brote hasta que se lleve a cabo la primera desinfección, el 29 de noviembre.
Las fuentes consultadas explican que la residencia no tenía demasiada experiencia de la primera ola sobre cómo controlar un brote. “Durante la primavera logramos que apenas entrara el virus en el centro”, explica una empleada. Solo hubo un caso. Los protocolos eran muy estrictos para evitar que el virus entrara al geriátrico y a los ancianos que salieron en verano les obligaron a hacerse una PCR y guardar cuarentena 10 días en la habitación a su regreso. No había, sin embargo, preparación para controlar un brote de puertas para dentro.
El 23 y 24 de noviembre la situación parece relativamente controlada a pesar del brote. “Hasta el día 25 la situación parecía estable”, señala un familiar de una residente que había dado positivo. “Cada día me actualizaban sobre cómo estaba mi madre. Me contaban que no tenía síntomas y evolucionaba correctamente”. El brote, sin embargo, continúa avanzando y afecta cada vez a más trabajadores.
El martes 24 de noviembre, un médico de familia del Centro de Atención Primària (CAP) de Tremp manda un mensaje de audio a los familiares tras visitar la residencia. “En líneas generales la impresión que he tenido es de bienestar”, les dice. “Excepto a cuatro o cinco afectados, el resto los he encontrado bien en líneas generales”. El médico les insiste en que estén tranquilos. “Día a día os iremos informando”, remacha.
La semana negra
El miércoles 25 se realiza un nuevo cribado con tests de antígenos a todos los trabajadores y residentes. Los resultados son alarmantes. El virus se ha extendido entre los ancianos y también entre los trabajadores. Al final de esa semana los positivos se habrán triplicado: de los 57 el lunes a 150 contagiados el domingo. 120 residentes, 30 empleados.
Todas las fuentes consultadas coinciden en que a partir del cribado del 25 de noviembre la situación empeora. En primer lugar, hay un apagón informativo. Los familiares dejan de recibir las llamadas en las que se les pasa el parte sobre sus parientes. Cuando ellos llaman al centro, nadie responde. El geriátrico se está quedando sin personal y los pocos que siguen trabajando no dan abasto. La directora también está contagiada. Algunos familiares se personan en la residencia y no pueden entrar.
El 26 de noviembre son ya siete los fallecidos, aunque algunos trabajadores aseguran que en ese momento eran una decena y no se había comunicado. El Departament de Salut anuncia esa tarde a la Fundación Fiella que toma las riendas de la residencia, según un comunicado de la fundación.
Quién gestiona el centro entre el 26 y el 28 de noviembre es todavía un misterio. La Fundación Fiella asegura que quien toma el control del geriátrico es la Associació Benestar i Desenvolupament (ABD). Esta entidad lo niega tajantemente. Salut precisa que ABD acude el 27 de noviembre a “hacer una visita de análisis” y que el 28, “a causa de la complejidad clínica de la situación” se interviene totalmente la residencia. Entre que la Fundación Fiella abandona la gestión y la empresa pública de la Generalitat GSS toma las riendas pasan 48 horas.
“Estábamos toda la noche tres empleados para más de 80 residentes”, describe una trabajadora sobre esos días. “Además cada anciano estaba encerrado en su habitación, no les podíamos atender a la vez”. Esta empleada admite sin ambages que los ocupantes no estuvieron bien atendidos. “¿Cómo iban a estarlo?”, se lamenta.
Según los datos remitidos por Salut a elDiario.es, en el momento de la intervención hay solo 23 profesionales en el centro entre auxiliares de geriatría, enfermeros y personal de limpieza. Antes del brote eran 70.
La Generalitat pide auxilio
El sábado 28 de noviembre las familias llevan ya 72 horas sin apenas noticias de la residencia. Se extienden las sospechas y la preocupación. La nueva directora de la Generalitat, Elena Badia, toma el mando del geriátrico. Ese día les llegan a los familiares dos mensajes que encienden todas las alarmas.
El primero de ellos llega del mismo médico que había asegurado cuatro días antes que la situación era de “bienestar”. El doctor les dice que ha tenido dudas sobre si mandar ese mensaje porque no se considera un médico “alarmista”. Finalmente lo envía.
“El brote actual me ha hecho abrir los ojos”, les dice a los familiares. “Lo que mi mirada profesional ha visto en 48 horas no creo que lo vuelva a ver nunca más como médico”, prosigue. “El covid no entiende de intuición… Estamos desarmados ante una enfermedad de muy fácil transmisión”. El mensaje es catastrofista e incluye todo tipo de advertencias. “Si nos despistamos con esta enfermedad puede que no tengamos una segunda oportunidad”, remacha.
Ese sábado las familias reciben otro mensaje más desde la residencia. Piden “urgentemente” voluntarios para cuidar a los ancianos. “Pueden ser con titulación (enfermería, auxiliares, geriatría…) como otros que tengan práctica en el cuidado de personas mayores”, reza el mensaje, que indica a los voluntarios que escriban directamente a la nueva directora del centro, que ha rechazado hacer comentarios para este reportaje.
Evaristo en ese momento ya ha muerto, pero a su hijo nadie se lo ha comunicado. Se entera por un conocido suyo que trabaja en la funeraria de Tremp, que le llama ese mismo sábado 28 y le dice que su padre está en la lista de fallecidos de la residencia. A él, sin embargo, nadie le ha llamado del geriátrico. Sobre las diez de la noche le llama una trabajadora social. Le dice que le acompaña en el sentimiento. Él le responde que nadie de la residencia le ha trasladado oficialmente la muerte de su padre.
El hijo se sube al coche y se va hasta la residencia. Llega de madrugada. Se pone todos los equipos de protección, entra a ver a su padre y confirma lo que se temía. Según su relato, lo que ve dentro de la residencia es digno de una “película de terror”. Algunos residentes, desubicados, caminan por los pasillos y le piden asistencia pensando que es un empleado. “Me costará tanto asimilar y superar lo que ha ocurrido y he visto”, lamenta. “Lo más indignante es que nadie pague por esto”.
Los mensajes del sábado 28 ponen en alerta a los familiares. Son varios los que acuden a la residencia ese fin de semana y exigen poder entrar a ver a sus allegados. Los que consiguen acceder relatan escenas muy parecidas a las que describe el hijo de Evaristo. Ancianos cuyos pañales llevan más de 12 horas sin cambiarse y que reclaman atención cuando escuchan a alguien caminar por los pasillos. Residentes que apenas comen durante días sin que nadie les controle. “Me tiré dos días quitándole legañas a mi madre después de entrar”, recuerda una pariente que accedió al geriátrico. “La encontré desnutrida y deshidratada”, asegura.
Tanto los trabajadores como los familiares que accedieron al centro describen esa semana -del miércoles 25 de noviembre al miércoles 2 de diciembre- como la más dura de todas. Sin apenas personal y con el virus causando estragos en las habitaciones. Sin nadie dirigiendo la residencia durante algunos días. “Éramos cuatro personas de ocho de la mañana a ocho de la tarde para 40 habitaciones”, recuerda una empleada. A partir de esa hora entraba otro turno. Durante los días más duros solo hubo tres cuidadores en el turno de noche para toda una residencia con decenas de personas necesitadas.
El Departament de Salut no ha respondido por qué pidieron voluntarios el sábado 28 de noviembre. Se limitan a explicar que desde su intervención se hacen 20 contrataciones directas y se cubren 33 turnos con personal de la empresa pública GSS. También que el ratio de trabajadores nocturnos pasa de tres a cinco durante la primera semana de intervención y después a seis la segunda semana.
La situación mejora levemente
A principios de diciembre la situación mejora levemente en la residencia. Algunos trabajadores se han recuperado y han llegado nuevos empleados. Se pueden por fin hacer tres turnos de trabajo en lugar de dos. Se establecen tres equipos médicos “para trabajar en la residencia como si fuese un hospital”, abundan desde Salut. En agosto se habían instalado 20 camas con respiradores en el centro para evitar traslados.
La reducción de pacientes y el aumento de personal da un pequeño respiro a los empleados, que siguen trabajando en turnos en los que no se para ni un minuto. Los ancianos que no se han contagiado han sido trasladados a otras residencias y algunos pacientes de larga estancia del Hospital Comarcal, colindante con la residencia, son enviados a otros recintos para poder liberar camas para los miembros del geriátrico. Con todo, solo 22 pacientes serán trasladados al Hospital durante el brote y 11 de estos fallecen en este centro hospitalario en el que no hay ninguna UCI.
El 15 de diciembre el número de ancianos fallecidos asciende a 55 y la Fiscalía ha anunciado que ha abierto una investigación. La consellera de Salut, Alba Vergés, finalmente se persona en Tremp. El 95% de los usuarios de la residencia se ha contagiado y el 35% han fallecido en ese momento. Vergés evita la autocrítica. “Hicimos todo lo que pudimos y más”, asegura.
¿Por qué la dirección del centro no encargó desinfectarlo hasta pasados 10 días desde el inicio del brote? ¿Por qué Salut tardó nueve días en tomar el control si, según su propia versión, había intervenido el geriátrico desde que se declaró el primer positivo? ¿Por qué entre el 25 y el 28 de noviembre no hubo nadie al frente de la residencia? ¿Por qué la Generalitat pidió voluntarios si en principio aportó el personal necesario? Los familiares tienen muchas preguntas que de momento ni Salut ni la fundación que gestionaba la residencia han respondido.
Durante los días siguientes a la visita de Vergés el número de fallecidos seguirá aumentando. Este sábado ya eran 60 los ancianos que han perdido la vida por culpa de un brote que nadie supo frenar a tiempo.
Un poder fáctico en el municipio
“Desde que ha salido lo del brote que esto parece Sicilia”, explica un antiguo cargo público de Tremp. “Hay una omertá sobre lo que ha ocurrido”.
La fundación Fiella, que hasta finales de noviembre dirigía la residencia, es un auténtico poder fáctico en el municipio de Tremp, donde la iglesia ya instauró un “hospital de pobres” en 1521. De hecho, Jaume Fiella fue el 47 presidente de la Generalitat entre 1514 y 1515.
En el patronato de su fundación está el sacerdote Josep Maria Mauri, vicario general de la todavía poderosa Diócesis de la Seu d’Urgell y responsable de los asuntos económicos del Arzobispado. También es el representante del copríncipe episcopal en Andorra. Joan Antoni Mateo, párroco de Tremp, preside un patronato del que también forma parte el exalcalde convergente del pueblo, Joan Ubach, que a su vez fue también el presidente del Consejo Comarcal del Pallars Jussà hasta 2015.
“Aquí apenas hay actividad económica ni tampoco industria”, señala este vecino del municipio. “Casi todo es sector primario, servicios y poco más”. La Fundación es la empresa más grande del pueblo y da trabajo a unas 70 personas. Además, no hay nadie en el municipio que no tenga a un familiar o un allegado dentro de la residencia. Por eso en las entrevistas de este reportaje no sale nadie citado con nombres y apellidos.
Senyor director,
Mai hagués pensat escriure aquesta carta.
Jo no vull parlar de negligències, mancances, errors (d’això ja se’n ocuparà, quan calgui, la justícia terrenal o divina). Jo vull parlar de les persones anònimes, tan residents com treballadors, que han portat amb molta dignitat, valentia i esforç aquests dies tan terribles viscuts a la residència Fundació Fiella de Tremp. Uns dies que ningú hagués pogut imaginar ni en el pitjors del seus malsons.
Als que han emmalaltit, us desitjo una ràpida recuperació i als que han perdut la batalla i als seus familiars, els envio una forta abraçada i desitjar que la societat no els oblidi i que siguin recordats com es mereixen, com veritables herois. Ha estat una malaltia cruel i devastadora que ningú es mereixia haver de passar.
Vull agrair a tot l’equip humà de la residència i als que han vingut d’altres llocs, que malgrat la tensió, la crisi i el col·lapse viscut, em van transmetre en tot moment la seva serenitat i generositat. Les darreres setmanes van estar posats a prova, en un entorn hostil completament desconegut i de màxima pressió. Tot i així han estat al peu del canó, allargant torns i treien forces d’on no n’hi havien, cuidant i acompanyant als que més els necessitaven, posant per davant la salut dels altres a la seva i a la del seu entorn.
Vull agrair-vos a TOTS/ES els vostre esforç i en particular als que he estat més en contacte: a la doctora Cristina Fabà, que m’ha tingut informada en tot moment i m’ha donat ànims amb la creença que la mare se’n sortiria. Al Sergi Moya, perquè ha estat els nostres ulls quan no podíem veure personalment a la mare. Al Ramiro Feliu per aguantar les meves trucades insistents, amb molt de carinyo, i a la Júlia Farré, que ha tingut detalls de molta humanitat. GRÀCIES.
La mare ha estat una de les residents que ha superat la Covid-19 amb el coratge i la força que ha mostrat durant tota la vida. Aliena a tot el que es deia a la premsa, a la tele, a les xarxes socials, lluitava contra el maleït virus com una una fera i va guanyar la batalla. Finalment vaig poder veure-la i malgrat que gairebé no parlava vaig poder veure en els seus ulls la por, l’angoixa, la tristesa, el cansament, el patiment i la soledat dels darrers dies i mesos.
Ella té una malaltia prèvia molt cruel que fa uns anys la va deixar en la foscor dels records i que el virus ha agreujat. Encara que s’ha allunyat del passat i potser no sàpiga res del futur, per a mi està al present i trobo a faltar que m’agafi la mà i m’acaroni dient-me guapa (la seva paraula preferida i que feia servir per a tothom).
Mare, quan hagi passat tot aquest malson et portaré a la perruqueria a tenyirte de ros. Així, quan et miris al mirall, segurament et tornaràs a veure GUAPA.
T. A. T.
No se conoce, o al menos no ha trascendido en esta segunda ola de la pandemia, un brote de coronavirus tan letal y corto en el tiempo , como el que ha azotado a la residencia de la Fundació Fiella de Tremp. Sesenta y un muertos en un mes (la mayoría de esos óbitos registrados en menos de dos semanas) y la práctica totalidad de sus más de 140 usuarios contagiados. Ahora quedan 71 en el centro, todos negativos, y estos días se permitirán visitas de 20 minutos.
Una factura en vidas escandalosamente cara y un ejemplo que merece ser estudiado por las autoridades sanitarias para que el drama no se repita en ningún otro geriátrico. Ese alto índice de mortalidad en un asilo se ha producido en la segunda ola, cuando la situación en estos centros nada tiene que ver con lo ocurrido la pasada primavera. El virus sorprendió y desbordó entonces a unos profesionales, así como al sistema social y sanitario, sin preparación ni capacidad para frenar la pandemia. O al menos esa es la excusa más escuchada desde el pasado mes de marzo para justificar los estragos que la Covid-19 causó en el pico de la pandemia en las residencias.
En el caso de Tremp la historia se ha repetido en noviembre y queda claro –o al menos hay muchos indicios para aventurar esa hipótesis, como apunta la investigación penal de la Fiscalía de Lleida– que en ese geriátrico (uno de los más grandes del Pirineu) fallaron muchas cosas. El primer error, apunta la Conselleria de Salut, hay que buscarlo en un fallo en los protocolos exigidos a esos centros de gente mayor para evitar que el virus volviera a colarse en las residencias. Y a partir de ahí (la primera infectada habría sido una trabajadora) no parece que se tomaran las medidas exigidas para sectorizar el centro (separar a enfermos de sanos) y evitar así la propagación del virus hasta el último rincón de la residencia.
El Departament de Salut asegura que reaccionó con premura tras la primera muerte de un usuario. Pero cuesta entender por qué se esperó casi diez días hasta tomar las riendas de la situación con una gestora nombrada por el Govern. Cuando ese paso se hizo efectivo, el número de fallecidos se acercaba ya a la decena y los contagiados pasaban del medio centenar. “Estuvimos ahí desde el primer momento y se asumió la gestión cuando vimos que la actual dirección era incapaz de reconducir la situación”, repite la consellera de Salut, Alba Vergés, siempre que se le pregunta por los pasos dados en este dramático caso.
Choca, por otro lado, que casi el ochenta por ciento de los fallecidos muriera en su cama de la residencia, cuando el hospital del Pallars está conectado a ese centro por un pasillo. Vergés responde, al plantearle ese interrogante, que “se siguieron en todo momento los criterios clínicos”. Por lo que hay que entender que los médicos que asistieron a los residentes consideraron que podían tratarlos en las mismas instalaciones (donde se dispusieron varios equipos de oxígeno) y que trasladarlos solo unos metros, hasta el hospital, no habría reducido este alto índice de mortalidad.
Muchas de las familias del grupo de usuarios que han perdido la vida en este corto espacio de tiempo coinciden en que este extremo tendrá que explicarse mucho mejor. Ahí está, ya en marcha, la investigación de la Fiscalía de Lleida, que apunta la posibilidad de acusar a los responsables y gestores de esa residencia por homicidio.
A la impotencia de esas familias que esta Navidad se han quedado sin sus seres queridos se suman otras denuncias, como el hecho de que esas personas mayores estuvieran desnudas en sus habitaciones, sin ropa limpia para cambiarlos o que resultara imposible, durante días, contactar con ningún responsable de esa residencia para conocer el estado de salud de sus parientes. Historias que recuerdan a la primera ola, que se creía, al menos en los geriátricos, ya superada.
“El que em vaig trobar a la residència de Tremp no té nom”
Els fills d’un home que va morir per covid al centre expliquen les patètiques condicions que hi van veure.
L’Evaristo havia d’estar a la residència Fiella de Tremp un mes o mes i mig, el temps just per recuperar una mica de força a la cama. L’havien operat del fèmur i no podia tornar a casa perquè vivia en un segon pis sense ascensor. El seu fill diu que l’home va ingressar al centre el 9 o 10 de novembre -no recorda bé la data- i que no li van permetre tornar-lo a veure fins a dues setmanes i mitja després, quan l’Evaristo ja havia mort per coronavirus. “Me’l vaig trobar amb els ulls i la boca oberts, i els punys tancats”, diu l’home, que va haver de treure ell mateix el cos del seu pare de la residència.
Aquest és el relat d’un despropòsit i del que va passar a la residència de Tremp, on ja han mort 61 persones per covid. Amb tot, de moment ningú ha assumit una mínima responsabilitat i al municipi impera la llei del silenci: ningú vol parlar del que ha passat en una residència que gestionava una fundació religiosa amb gran poder fàctic a Tremp.
A l’Evaristo el van operar del fèmur a l’Hospital Comarcal del Pallars, a Tremp, perquè en el de Viella, que és on l’haurien d’haver intervingut, no funcionava la màquina de raigs X, segons explica el fill. Abans de l’operació “s’adonava de tot i era autònom: sortia a passejar, s’asseia en un banc, anava aquí, anava allà”, explica la filla. És a dir, la típica vida d’un home de 92 anys que estava relativament bé. Però després de l’operació es va quedar que no podia caminar.
“De l’hospital comarcal el van traslladar al centre sociosanitari, però allà només va estar-hi poc més d’una setmana. Així que vam decidir portar-lo a la residència perquè en teníem molt bones referències i a més podien fer-li fisioteràpia”, afegeix la filla. L’Hospital Comarcal del Pallars, el centre sociosanitari i la residència Fiella formen part d’una mateixa illa a Tremp. Un edifici és a tocar de l’altre.
Però el que havia de ser la solució va esdevenir un problema. La filla explica que el pare va estar aïllat en una habitació la primera setmana que va estar a la residència, perquè aquest és el protocol de la Generalitat per als nous ingressos com a mesura de prevenció per evitar possibles contagis. La segona setmana les monges que s’encarregaven del centre tampoc li van permetre que el visités perquè, van argumentar, a l’Evaristo li costava adaptar-se a la residència i era millor que no veiés la família. A partir de llavors, saber com estava l’Evaristo es va convertir en una odissea.
“Trucava per telèfon i, o bé no em responien, o bé em deien que la monja no s’hi podia posar”, explica la filla. Finalment el 26 de novembre li van comunicar que l’Evaristo tenia coronavirus però que estava “estable”. Dos dies després li van donar la fatal notícia: havia mort. Era el dissabte 28 de novembre, el mateix dia que la Generalitat va intervenir la residència Fiella perquè 120 dels seus 143 avis tenien coronavirus i part del seu personal també s’havia contagiat.
Un escàndol
A la nit el fill de l’Evaristo va anar a recollir el cos del pare. Al vestíbul de la residència l’esperaven una doctora, una assistenta social i un membre de l’equip directiu del centre. Li van donar una bata de protecció i el van acompanyar a la primera planta: “Em van dir que continués jo tot sol recte pel passadís fins a l’habitació del meu pare”. Segons diu, pel passadís hi deambulaven dues dones amb Alzheimer. “També m’hi vaig trobar una senyora sud-americana que es cagava en tot perquè deia que estava sola per encarregar-se de tots els avis de la planta i que eren dos quarts d’una de la nit i encara no els havia donat el sopar. A les dones amb Alzheimer els cridava «Aneu a l’habitació»”, explica.
El fill de l’Evaristo assegura que el pare era en un dormitori que no era el seu: havien escollit per a ell una habitació individual gran, però se’l va trobar en una “cofurna” on amb prou feines hi cabia el llit. “El respatller del llit estava totalment aixecat, i ell, cobert amb tres mantes. Quan el vaig destapar, vaig veure que tenia els ulls i la boca oberts, i els punys tancats. És un escàndol. No té nom, el que m’hi vaig trobar. Hi havia mort sol”.
L’home diu que ell mateix va ficar el cos del pare dins de dues bosses de cadàvers, després el va col·locar a sobre d’una llitera que li va facilitar la treballadora i mentre el traslladava fins a l’ascensor les dues dones que patien Alzheimer el van seguir pel passadís, sense mascareta i sense cap tipus de protecció.
“No faig cap declaració més als diaris, estic totalment decebut. No s’ha dit la veritat ni les coses com són. N’hi ha per llogar-hi cadires!”, diu abans de penjar el telèfon de manera abrupta mossèn Joan Antoni Mateu, rector de Tremp i president de la Fundació Fiella. Per la seva banda, el departament de Salut també manté silenci. S’escuda en el fet que la Fiscalia de Lleida està investigant si la direcció del centre va cometre un delicte d’homicidi imprudent i un altre contra la seguretat en el treball, i diu que en conseqüència s’estima més no fer declaracions.
Autocrítica de l’alcaldessa
L’única que sí que fa autocrítica és l’alcaldessa de Tremp, Maria Pilar Cases, que admet que hauria d’haver-hi estat més a sobre: “El 22 de novembre vaig enviar un whatsapp a la directora de la residència per oferir-li ajuda i em va contestar que ho tenia tot controlat. No vaig insistir-hi més fins que el 25 de novembre a la nit un membre de l’equip directiu del centre em va alertar que allò era un caos i que necessitaven coberts de plàstic, galledes, mascaretes i guants”.
Cases considera que en el futur alguna administració hauria d’implicar-se en la gestió de la residència. Fins ara només estava en mans de la Fundació Fiella, que està vinculada al bisbat d’Urgell i té un gran pes econòmic a Tremp. Sense anar més lluny, la fundació va cedir a la Generalitat els terrenys on actualment està situat l’Hospital Comarcal del Pallars. Potser per això al municipi, amb poc més de 5.800 habitants, no s’ha aixecat ni una sola veu pel que ha passat al centre: les treballadores i els familiars callen. Tampoc s’ha filtrat res, impera l’ omertà.
Els fills de l’Evaristo afirmen que, quan fa gairebé un mes que el pare va morir, la residència encara no els ha tornat les pertinences de l’home: ni la televisió que hi va dur per posar-la a l’habitació, ni la cadira de rodes, ni la roba. Això sí, per ara no els han cobrat res. Pagaven 1.500 euros al mes.
CARTES AL DIRECTOR
Ha mort el meu veí, aquell que ens donava mel i sempre tenia una somriure als llavis. Ha mort aquella dona que deambulava pel passeig i podia estar hores i hores asseguda veient la gent passar. Ha mort aquella noia que fregava l’escala de casa meva, no tan noia ja, però no tan gran per morir. Ha mort aquell senyor que vivia prop del garatge on guardàvem les bicicletes que fèiem servir per córrer les nits d’estiu. Ha mort la senyora que tenia una petita botiga de comestibles on hi anàvem a comprar una mica de tot.
Totes aquestes persones han mort en menys d’un mes a la Fundació Fiella de Tremp. Totes aquestes persones eren part de la nostra història, totes aquestes persones necessiten ser homenatjades en un moment tant complicat com aquest.
Entenc que la Fundació Fiella no pretenia que passés un desastre humanitari de tal magnitud. El que no entenc és el silenci. El que no entenc és que es tingui la barra de dir que “la nostra residència ha estat modèlica”, als Matins de la Herèdia, quan hi han mort sixanta-una persones humanes, amb noms i cognoms. El que no entenc és que al poble de Tremp no s’hagi decretat dol ni tant sols d’un dia, ni s’hagi penjat un llaç negre a la façana d’algun edifici. El que no entenc és que la ni la directora, ni els metges, ni les religioses no surtin a donar explicacions. Els membres del Patronat ja hem sentit el que han dit: “tot s’ha fet com tocava”. Si el “com tocava” és la mort de la nostra memòria històrica, no ho entenc.
Tanta opacitat, tanta por, tant esperar a què tot passi i tanta creença que la gent poderosa és immune a tot, em fa posar malalta!
Crec que els familiars han de passar el seu dol, difícil i més complicat que en circumstàncies habituals, però ells han de donar veu a aquells que han desaparegut per aquest forat negre que parla Pol Pareja en el seu article al Diario.es.
Gràcies Albert Om, gràcies Iu Forn per donar la vostra versió objectiva de la situació, que us esgarrifa estant tant lluny del Pallars i que aquí sembla no esgarrifar ningú.
Pau i Bé és el lema del Sant Hospital de Tremp–Fundació Fiella. Doncs reviseu-lo. Pau segur, perquè aquelles persones que han mort a la vostra residència o a l’Hospital Comarcal del Pallars entenc que descansen en Pau. El bé, perdoneu, no el veig per enlloc.
29 de desembre 2020
MELINES