Los bosques son auténticos polvorines. No hay política forestal, ni ganado para limpiar las masas vegetales, ni habitantes para llevarse la leña
MONTANUY ya estaba abrasada socialmente cuando el 8 de marzo se inició la destrucción física de parte de este municipio situado en la Ribagorza oriental, allí donde Cataluña y Aragón se dan la mano. El domingo se cumplirá un mes del devastador incendio que hizo visibles a los héroes anónimos de Castanesa, uno de los 17 núcleos de ese municipio con un censo de 300 vecinos. Y digo héroes no tanto porque salvaran sus casas de las llamas con los pocos medios a su alcance, saltándose el cerco de seguridad y haciendo oídos sordos a la orden de desalojo. Su hazaña consiste en seguir viviendo en pueblos donde no hay tiendas, ni centro de salud, ni escuela; donde falla la cobertura del teléfono móvil y donde la tranquilidad se confunde con la soledad más absoluta.En Montanuy, paradigma de otros territorios despoblados de la montaña aragonesa, las masas boscosas llegan a las puertas de las casas. Auténticos polvorines en época de sequía por culpa del hiperproteccionismo ambiental, una menguada política forestal y el abandono del mundo rural. Ya no hay ganado para limpiar las masas vegetales, ni habitantes que se lleven la leña para quemar en los hogares.Hasta que ocurrió el incendio, el nombre de Montanuy estaba asociado al polémico proyecto de ampliación de las pistas de esquí de Cerler. A sus habitantes los señalaban con el dedo acusador como sospechosos de un delito de desarrollismo, de una ambición desmedida, de querer contagiarse de la fiebre del ladrillo que campaba por todos los rincones del llano y la montaña.El sociólogo David Baringo, que conoce bien el territorio porque lo ha estudiado durante años, opina que la apuesta por la nieve es equivocada pero defiende la legítima aspiración de sus habitantes a decidir sobre su propio futuro. Los vecinos de Ardanuy, Castanesa o Fonchanina se merecen ser considerados guardianes de nuestros montes antes que enemigos. Ellos están obligados a preservar estos paisajes de postal hoy tocados por las llamas y nosotros, a recordar que resisten cuando otros abandonaron.