Nació en Barcelona hace 33 años. Su vida transcurre entre la Vil·la de Gràcia, en Barcelona, y Figuerola d’Orcau, en el prepirineo catalán. Allí descubre que bajo la casa familiar llevan haciendo vino varias generaciones. Estudia Ingeniería Técnica Agrícola en Barcelona y decide sacarse la doble diplomatura con Enología “en un principio no me atraía, era simplemente para darle una alegría a mi padre y a mi abuelo”. Es entonces cuando comienza su relación con el vino y dedica el proyecto final de carrera a investigar sobre la esferificación del vino, junto al químico de El Bulli. Después de trabajar durante ocho años en Bodegas Torres creando vinos, decide dejarlo todo, volver a sus raíces y recuperar la pequeña bodega familiar. En estos últimos años se ha convertido en una de las pocas mujeres en España al frente de su propia bodega; ha sido madre de una niña, Vinyet; y ha creado dos vinos, Conca d’Orcau y Conca de Tremp. Tiene claro que “en cualquier historia que vivas hay que ponerle pasión. A mi, el vino, me excita en todos los sentidos”.
¿Cómo empieza tu pasión por el vino?
Descubro que me gusta el mundo del vino de casualidad. En la universidad daban la opción de sacarse la doble titulación y pensé “mira, dos por el precio de una”. Pero me atrapó y no lo he podido dejar.
Esa dependencia hizo mucho más fácil saber lo que querías hacer.
Sí. Por mi inquietud personal y el empuje de mi pareja. Estaba trabajando en una gran empresa, Torres, donde después de ocho años pasé por todos los departamentos y aprendí mucho, pero ya había tocado techo en lo laboral y en lo económico.
Necesitabas más, claro.
Estaba segura que aquel estancamiento acabaría por hacerme perder la ilusión de algo que me apasiona. Así durante el 2010, mi último año en Torres, estuve pensando junto a mi pareja en crear una bodega, Terrer de Pallars.
¿Y por qué en el Prepirineo?
Teníamos claro que el sitio era éste, en el Pallars. Una zona que es el origen de mi familia y una zona vitícola que llevaba años olvidada y que se está volviendo a activar. Una zona con mucho potencial. Hace 10 años, uno de los enólogos más prestigiosos del mundo, Raül Bobet, se instaló en en el Pallars y puso la primera piedra para relanzar la zona. Que esté él le da un valor añadido.
Además, el poder utilizar algunas insfraestructuras familiares.
Claro, si tenemos que hacer inversión, mejor en casa. Ahorramos alquiler, aunque tuvimos que adecuar a la legislación unas instalaciones caseras y antiguas. Y no es barato. En 2010 le digo a mi padre que necesito su garaje, que lo vacíe. Allí hago mi primera prueba de vinificar y me doy cuenta que a pesar de todo necesito aprender mucho e invertir en material. No es lo mismo trabajar en las instalaciones de una mega empresa, a empezar a hacer algo en tu casa.
Entonces, durante ese último año en Torres ya le estabas dando vueltas al proyecto.
Sí. Nos planteamos: ¿qué queremos? ¿Dónde queremos llegar? ¿Qué queremos ser dentro de 10, 15, 20 años? Y decidimos que queríamos una bodega que empezara con una producción pequeña para ir adaptándonos e ir creciendo exponencialmente según ventas, pero hasta un tope.
Y ese tope es…
Pues 1-2 personas dominan 20 mil botellas. A partir de aquí necesitas invertir en personal y no queremos traspasar esa línea, queremos que sea llevadero. Por tanto el proyecto se enfocó a ese número máximo de botellas.
¿Qué es lo primero que necesitaste?
El primer paso fue estudiar la viabilidad de la reconversión del garaje junto a un estudio de arquitectura e ingeniería. Pero había un escollo: según la ley de aquella época, no podía haber una industria dentro de una población.
Y aun así os arriesgasteis.
Sabíamos que la ley estaba cambiada, pero no publicada en el BOE. Junto al arquitecto decidimos seguir con la obra y una vez publicada, pedir los permisos.
Y salió bien.
La verdad es que estábamos corriendo un riesgo importante. Si por algún motivo no salía publicada o se retrasaba unos años la inversión se perdía.
¿Qué otras dificultades aparecieron?
Otra dificultad fue encontrar tierra en venta para cultivar, ha sido imposible, así que la única opción ha sido alquilar.
Y hasta que crezca lo plantado, supongo que compráis producción.
Sí, actualmente compramos a otros cultivos de la zona con vides de 15-20 años que son espectaculares, ya que hasta que la cepa no tiene cuatro años, la calidad de la uva no es óptima. Y aprovechando que tenemos que plantar hemos plantado variedades que nos eran difíciles de encontrar por la zona, como son: syrah, monastrell y macabeo.
Habéis plantado autóctonas.
Eso era esencial para nosotros. Plantamos monastrell y macabeo que son las variedades propias de la zona, sobretodo por dos motivos: están más y porque el consumidor cada vez busca más estos vinos. Estamos hablando que las vides de merlot o cavernet producen bien 40 años; las de macabeo y monastrell llegan a los 80 años en pleno rendimiento. Podríamos decir que estoy plantando para mi hija.
Una vuelta más a los orígenes.
Llevamos tiempo dando la espalda a lo que tenemos cerca. No debemos dejar de aprovechar las cosas buenas de fuera, pero para vivir bien y en equilibrio tenemos que volver a lo autóctono, a la fruta de temporada, al producto de proximidad…
¿Qué pros y contras tiene esto en vuestro caso?
Posiblemente las producciones no sean tan voluminosas, pero al adaptarse mejor ahorramos en problemas climatológicos, necesidades hídricas, etc. También buscamos esa autenticidad a la hora de crear el vino. Casi todo el mundo trabaja con tanques de acero inoxidable, nosotros acabamos de invertir en un depósito de cemento.
¿Cemento?
No el cemento de la construcción, sino con una composición diferente. Antiguamente se trabajaba con él. Hace que además de poder almacenar el vino, éste siga respirando a través de las paredes, continúe con vida como en un barril pero sin aportar aromas y gustos a tostado o ahumado. Queremos un vino que evolucione de forma natural.
¿De dónde salió la financiación para el proyecto?
Cuando decido irme de Torres capitalizo el paro, cojo mis ahorros y con un poco de ayuda de mis padres, destino el dinero a la reforma y la compra del primer material. Básicamente los primeros depósitos, la bomba, botas y la primera producción de uva.
Salió buen vino.
¡Qué va! Bueno, de sabor sí, pero un fallo en la maduración nos disparó el grado alcohólico, así que sólo lo pudimos vender a granel entre conocidos. Aprendimos mucho de esa primera experiencia.
Y no te ha vuelto a pasar.
No, decidí pedir consejo a un compañero de facultad con más experiencia que suplió mis carencias iniciales e hice otra pequeña inversión en material. Ese año la producción fue de 4000L, en 2013 de 6500L y en 2014 ha sido de 8000L.
¡No paráis de crecer! ¿Qué planes tenéis a futuro?
En una empresa como ésta, el futuro no se cumple a rajatabla. Dependemos mucho del clima. El año pasado granizó y no tuvimos la producción que preveíamos. Pero a medio plazo queremos automatizar el embotellamiento para no perder tiempo entre el copaje y el embotellado. Ganaremos aun más en calidad. Lo que sí hemos aprendido es a rebajar costes.
Formáis parte de una DO. Eso se debe de notar en las ayudas.
Empezamos a trabajar con una gestoría la parte de números y ellos nos informaron de las ayudas europeas. Burocráticamente es un cacao, has de cumplir mil requisitos. Como empezábamos de cero ya nos fue bien tener un guión. La pena es que nosotros cumplimos nuestra parte, pero de las ayudas sólo recibimos un 10%. Hay mucha letra pequeña en la letra pequeña.
Durante estos años también has sido madre.
Ha sido una de las cosas más importantes, pero lo llevo un poco mal. Mi pareja vive en Manresa y yo vivo aquí con mi hija. Él viene cuando tiene libre, pero Vinyet está siempre conmigo. Normalmente son unos 6 meses los que estamos solas en Figuerola.
¿Qué te aporta tu pareja?
Es muy importante. Además de participar en la bodega, valoro sobretodo el empujón emocional desde el principio. Él me animó a montar todo esto. Siempre digo que él es la locomotora y yo soy el primer vagón. Trabajo muy bien para los demás, pero soy pésima como mi propia jefa. Él me ofrece ese punto de rigor empresarial.
¿Cómo es tu día a día?
Pues varía según las estaciones. Normalmente me adapto al horario de mi hija. La dejo en el colegio y vuelvo a vigilar los procesos de fabricación: análisis, limpieza de las instalaciones, etiquetado, vigilo el cultivo, contesto emails, etc. Pero hay dos picos de trabajo muy fuertes: la vendimia, en la que trabajo de siete de la mañana a doce de la noche durante 4 semanas seguidas, sin descanso; y el embotellado embotellado en la que también trabajo más de doce horas al día.
Son etapas de máxima concentración.
Muchísima. Nos jugamos todo el año en un mes y medio.
¿Te ayuda vivir en un pueblo tan pequeño?
Tengo suerte de contar con familiares y vecinos que me ayudan a hacer más llevadera mi maternidad. Por otra parte, somos unos 12 productores que estamos creando relanzando una zona vinícola olvidada y nos ayudamos mucho. No hay competencia. Sabemos que lo mejor es ir de la mano: cuanto mejor hagamos las cosas, mejor para todos.
Además eres de la pocas mujeres en España al frente de una bodega.
Sí, el sector femenino está presente en las enólogas, hay empresarias del vino, etc. Pero al frente de una bodega, no hay casi. Está muy masculinizado y hasta cierto punto se entiende porque hay mucho trabajo físico: mover mangueras, cubas, la tierra… Por suerte no me he sentido discriminada en ningún momento.
Eso se notará en tus vinos.
¡Espero! Tenía que diferenciarme en algo y marcar una línea de producción. Intento aportar un poco de mi en todo lo que hago. El tinto tiene un toque femenino en cuanto a frescura, aroma, color… En cambio el blanco tiene un toque un poco más masculino, envejecido en barrica de acacia, muy estructurado y potente.
Realmente están muy buenos.
Gracias. Después del cansancio, el sufrimiento, los dolores de cabeza… Pensar en todo lo que ocurre cuando tengo una botella en las manos, hace que haya valido la pena cualquier esfuerzo.
Dejas tu impronta en cada botella.
Me gusta que la gente encuentre mi botella perfecta. Tanto interior, como exteriormente. Esto tiene sus pros y contras, ya que lo hago todo manualmente: coger la uva, embotellar, encapsular, etiquetar, etc. Creo que al pasar todas las botellas por mis manos, toda esa energía positiva que pongo en mi trabajo la transmito a la gente que lo prueba. No los conozco de nada, pero lo perciben seguro. Cuando lo pienso, me hace sonreir.
Te noto muy satisfecha.
Mucho. La satisfacción de crear algo con mis manos, un producto tan vivo y que depende de tantos factores, el clima, la tierra, horas de sol, cómo lo cuides, etc., hacen una aventura diferente cada año.
¿Cómo transmitís todo eso?
Somos un producto de mucha proximidad y la mejor es explicárselo al consumidor nosotros mismos. Por eso utilizamos el contacto personal, ir a ferias, catas, etc. Otro objetivo próximo es que nuestros distribuidores nos visiten, entiendan nuestra historia, nuestro entorno, etc. Así nos venderán mejor.
Y las redes sociales.
Esa es una asignatura pendiente. tenemos presencia online, pero tenemos que trabajarlo más. Hasta la fecha me he dedicado a sacar adelante las primeras producciones, ahora que estamos más estabilizados es el momento. Es una herramienta que nos daría más volumen si la supiéramos aprovechar mejor.
Antes decía que se te ve satisfecha. Pero también se te ve feliz.
Más aun. Cualquier cosa que hagas, si quieres ser feliz, no ya digo triunfar, tienes que hacerla con pasión. Tienes que sentirla, te la tienes que creer. A mi el mundo del vino me excita. Si no te pasa eso, estás muerto. También soy consciente que ahora me toca pringar y que cuando tenga una edad y lo tenga todo hecho quiero descansar. Espero que vivir las cosas así tenga una recompensa. Me ganaré mejor o peor la vida, pero lo hago feliz.